

Chascarros
Nelson Retamales Tirado
Cuando jovencito, ingresé por primera vez a una Universidad -no había privadas- luego de cumplir la obligación de ingreso, pues exigían puntaje y el que no lo tenía, lisa y llanamente, no entraba. Al tiempo, atraído por la facultad y por la carrera que soñaba y por esas cosas de Dios, obtuve el puntaje que me permitió ingresar a la Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas de la Chile, una de cuyas cuatro especialidades, era la mía: Diplomacia. Ese sueño se terminó altiro, el 11, y debí quedarme en la única que sobrevivió: Administración Pública, carrera cada vez más devaluada por culpa de lo institutos chantas que entregan títulos sin exigencias mayores.
El que sabía, aprobaba y el que no, chao, fuera quien fuere. Entonces, los servicios públicos y las empresas que requerían de diversos profesionales sabían que, a quien contrataran, sería una persona con conocimientos suficientes para sustentar de buena manera, su desempeño.
Hace unos días, el escritor de origen melipillano, abogado, ex convencional y exdiputado, Renato Garín, se refería públicamente sobre algunos personajes que hoy nos dirigen, y sobre uno que, contra toda norma, finalmente, ¡finalmente!, se licenció en Ciencias Jurídicas -pese a que, en la carrera, reprobó doce ramos de cuatro que se permiten- en la otrora señera Universidad de Chile y, como corresponde, la Corte Suprema debió otorgarle el título de abogado. Ahora es diputado, quiere ser presidente de Chile y tiene un discurso extraído del mundo de Bilz y Pap.
En Chile se perdió la compostura, hasta en los concursos públicos que son un chiste. Ahora se hacen concursos a medida del que se quiere favorecer y pensar que tanto joven estudia con empeño y sacrificio, aprende de verdad y cuando ya titulado, con esperanzas postula a un puesto, ve que otro, con menos méritos que él, se lo gana. ¿Injusticia?, no, solo que nadie le explicó que los méritos, para ganar un concurso público, son políticos, no académicos, si no, muchos, hoy no estarían y no veríamos los lamentables chascarros que a diario y en todo nivel, se producen. Lo malo es que esa costumbre baja hasta los municipios.
La lista de chascarros, en este período, es tan larga, que estaríamos horas comentando, pero hay uno que es sublime, tanto que, en verdad, se sentaron en el piano e hicieron un histórico ridículo que, hasta hoy, los persigue y debiera avergonzarlos, aunque sueltos de cuerpo, le restan importancia, como si este fuera un juego de niños y siguen por la vida, como si nada. ¡Qué irresponsabilidad!
Tal ridículo fue la compra de la casa del expresidente Allende, en la que 17 abogados -con respetables rentas- revisaron el borrador, y lo autorizaron y, el presidente, que sabe también de normas, firmó el decreto que ordenaba la compra.
Más sorprendente aún, es la reacción de la exsenadora Isabel Allende -quien prometió respetar la Constitución- pero alegó desconocer la norma, dándonos a entender que estuvo 31 años profitando del cargo de legisladora -o sea aprobando leyes- sin saber lo que hacía y contando con un staff de asesores, pagados por el Estado que tampoco le explicaron nada. ¿Y así quieren seguir gobernando Chile?
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