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A comienzos del siglo XXI, Melipilla vivía un proceso de transición entre su tradicional carácter de ciudad intermedia y los primeros signos de expansión urbana que marcarían las décadas siguientes. El comercio local, los talleres y las viejas casas del casco central convivían con nuevas edificaciones y un creciente flujo vehicular que empezaba a transformar la vida cotidiana.
En ese contexto, la fotografía se convierte en un valioso testimonio del pasado reciente. Desde las calles Ortúzar y Serrano se observa una urbe aún dominada por techumbres de zinc y fachadas bajas, custodiada por la torre de Bomberos con su distintivo número 132, mientras los cerros del oriente muestran un paisaje apenas urbanizado.
La escena nos recuerda una Melipilla más tranquila, donde la identidad barrial y el ritmo pausado todavía definían el pulso de la ciudad. Dos décadas después, este registro invita a reflexionar sobre la transformación de un territorio que ha crecido sin perder del todo su esencia: la de una comunidad con raíces rurales y espíritu solidario.
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